diumenge, d’abril 07, 2013

Juli Hurtado, sin la música no se puede vivir


“Sin la música no se puede vivir”, dice Juli Hurtado sentado en el aula ante sus nuevos alumnos, formando todos un círculo  expectante de emoción ante él, dispuestos a iniciar un nuevo taller desde la armonía y el bienestar,  siendo esta la máxima del Postgrado “Teatro en la Educación”. Y es que, además, los directores del curso  han creado expectativas en torno a su persona . “Ya veréis, Juli es especial”.  Y es que, en realidad,  el boca a boca  prospera o, mejor cabría decir que de sonrisa en sonrisa,  él cautiva tanto a sus cantantes, ya sean los del Coro de la Eliana, el Coro de la Canyada o el Coro de la Once, como a su público,  ya sean, unos y otros,  niños, adolescentes o adultos.

Empieza a impartir su módulo otorgando protagonismo al contenido, la expresión musical, y casi sonrojado por la presentación de su curriculum que acaba de hacer Tomás Motos destacando las claves de su brillante formación y trayectoria  profesional. Juli Hurtado es la encarnación de la discreción y la humildad. Practica como pocos hoy en día las enseñanzas de aquél otro maestro y tiene la sabiduría de sentirse vivo porque sigue deseando aprender. Por otra parte, tiene un carisma personal extraordinario ya que hace sentir  a los que de inmediato hace suyos que son partícipes de ese  mutuo aprendizaje.

Con las manos sobre las piernas, el torso inclinado hacia delante, la mirada transparente y brillante, la sonrisa limpia, nos ofrece la pose y el discurso de quien se entrega con la mayor sencillez y naturalidad, casi como un acto devoto y se queda así en segundo plano, mostrándose como un simple apuntador de ideas para que sus nuevos alumnos expresemos emociones. Nos conquista de inmediato con esa autenticidad que emana directamente del corazón, rara avis en nuestros días  -“tiene ángel” dicen los que lo conocen - y  de esta forma, arropados y seguros,  estamos todos deseando ponernos a trabajar con él y corresponderle.

El taller de percusión, todos en pie, imitando sus gestos y palmadas sobre nuestro propio cuerpo para desarrollar la memoria corporal y auditiva despierta al niño que hay dentro de cada uno de nosotros y ya todos somos uno vibrando a su ritmo. Ese caudal de energía humana acompasada por una algarabía de risas es como el allegro de su peculiar, su cálida sinfonía que acaba de arrancar con los primeros movimientos.    Pero la poesía brota después, como de un adagio, cuando al compás de un tema de Haendel inicia él la ronda de expresión corporal que todos imitamos seguidamente; uno tras otro, interpretamos un fragmento, conmovidos por la música, y Juli, junto a los demás, se convierte en discípulo de nuestra interpretación o narración reproduciendo nuestros gestos, la dulzura de los movimientos, la reverencia del cuerpo, las actitudes, el ensimismamiento, la queja o el llanto…
 Luego, quizá a modo de scherzo, saca de su chistera un nuevo juego y  propone que nos convirtamos en presentadores: tenemos que  salir al centro del escenario, espacio que hemos configurado todo el grupo al estar dispuestos en círculo, e improvisar la presentación de un espectáculo, el saludo inicial al público; primero lo hace él, de una forma sencilla y ello te da seguridad. Aún así te embarga cierto  nerviosismo  en ese compás de espera mientras te toca a ti y vas viendo la brillante actuación de tus compañeros, cuál de ellos más original. Pero la magia de la creatividad es tal y él ha logrado generar vínculos tan cómplices entre todos que, finalmente, sientes que los focos se iluminan y sales a escena sin haber tenido tiempo de pensar;  tu actuación parece surgir de la nada y, sin embargo, sale bien y el grupo te aplaude con cariño y entusiasmo.

Como un nuevo allegro final, llega el momento del canto  y el bienestar va in crescendo en este concierto de mil colores y notas vivaces que Juli va improvisando y en el que cada vez nos sentimos más cómodos y más felices.  Todos somos capaces de expresar nuestros sentimientos  con la voz, así nos lo hace sentir también Juli  a todos los que cantamos en sus coros; no son necesarias ni las partituras ni los textos pues modula nuestra expresión ilustrando su propio canto, el que vamos a imitar seguidamente las distintas voces, con esa profunda sensibilidad y verdadera poesía que nos logra hacer vivir: “la voz sube como en una cúpula y baja como una burbuja…” Incluso dirige el timbre, el ritmo o la intensidad  con apreciaciones sencillas pero jugosas  respecto del autor, del contenido del texto o de su procedencia cultural que despiertan la afectividad o las risas de los coralistas porque Juli tiene también cierta comicidad contagiosa. No es sorprendente, pues, que los conciertos que él dirige  sean verdaderos espectáculos teatrales que incorporan no solo el canto, sino también la sonorización, la recitación,  la expresión corporal, la disposición escénica, el vestuario, etc.; ni sorprende tampoco que logre una activa participación del público que se entrega y le devuelve el mismo afecto. El módulo que imparte en el Postgrado de Teatro en la Educación es una buena muestra de ello. Ahora, sentados de nuevo como un coro de niños en el suelo, entonamos una canción popular con el acompañamiento de nuestras palmadas y ciertos juegos con las manos y con el cuerpo. Pronto descubre dos tonalidades diferentes dominantes y  ha conseguido implicarnos en el proceso creativo de tal manera que con solo repetir de forma memorística un par de veces dos o tres estrofas de un villancico, somos capaces de cantarlo a dos voces, graves y agudas. Y suena a gloria porque se expresa con enorme placer y emotividad. Así, compruebo a mi alrededor la expresión de increíble felicidad de algunos compañeros, mezcla de sorpresa y satisfacción, sintiéndose verdaderos cantantes y actuando por primera vez en un coro.

Entre actividad y actividad, y durante las mismas,  él encuentra el momento para hacer algún comentario divertido, contar alguna anécdota, interesarse por el estado de ánimo del grupo; en los minutos de descanso se acerca a unos y otros, se interesa personalmente por las cuestiones o preocupaciones que alguien le pueda trasladar, propicia el intercambio de impresiones… Siempre con el abrazo, la sonrisa y ofreciendo palabras de cariño a quienes ya forman parte de su mundo : “¡Ai, la meua Esther!

Bien es cierto que la música es el lenguaje más universal pues une culturas, razas, generaciones, épocas: establece lazos en el espacio y en el tiempo. Como todas las artes, nos hace pensarnos y sentirnos más humanos. Es también una búsqueda de armonía y de belleza. El talante personal y el trabajo de Juli Hurtado son un buen exponente de ello. “Juli, tu cálida sinfonía nos ayuda a vivir”. Nos haces vibrar de emoción, potencias lo mejor de nosotros mismos. Con tu capacidad de entrega, nos haces llegar tu deseo de hacernos felices. Nos gusta compartir, aprender y crecer contigo. Gracias a ti el mundo es un poco mejor.

Retrato de Juli Hurtado por Amalia  Granero

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