“Sin
la música no se puede vivir”, dice Juli Hurtado sentado en el aula ante sus nuevos alumnos,
formando todos un círculo expectante de
emoción ante él, dispuestos a iniciar un nuevo taller desde la armonía y el
bienestar, siendo esta la máxima del
Postgrado “Teatro en la Educación”. Y es que, además, los directores del curso han creado expectativas en torno a su persona
. “Ya veréis, Juli es especial”. Y es
que, en realidad, el boca a boca prospera o, mejor cabría decir que de sonrisa en sonrisa, él cautiva tanto a sus cantantes, ya sean los
del Coro de la Eliana, el Coro de la Canyada o el Coro de la Once, como a su
público, ya sean, unos y otros, niños, adolescentes o adultos.
Empieza
a impartir su módulo otorgando protagonismo al contenido, la expresión musical,
y casi sonrojado por la presentación de su curriculum que acaba de hacer Tomás
Motos destacando las claves de su brillante formación y trayectoria profesional. Juli Hurtado es la encarnación
de la discreción y la humildad. Practica como pocos hoy en día las enseñanzas
de aquél otro maestro y tiene la sabiduría de sentirse vivo porque sigue
deseando aprender. Por otra parte, tiene un carisma personal extraordinario ya
que hace sentir a los que de inmediato
hace suyos que son partícipes de ese mutuo
aprendizaje.
Con
las manos sobre las piernas, el torso inclinado hacia delante, la mirada
transparente y brillante, la sonrisa limpia, nos ofrece la pose y el discurso
de quien se entrega con la mayor sencillez y naturalidad, casi como un acto
devoto y se queda así en segundo plano, mostrándose como un simple apuntador de
ideas para que sus nuevos alumnos expresemos emociones. Nos conquista de
inmediato con esa autenticidad que emana directamente del corazón, rara avis en nuestros días -“tiene ángel” dicen los que lo conocen - y de esta forma, arropados y seguros, estamos todos deseando ponernos a trabajar con
él y corresponderle.
El
taller de percusión, todos en pie, imitando sus gestos y palmadas sobre nuestro
propio cuerpo para desarrollar la memoria corporal y auditiva despierta al niño
que hay dentro de cada uno de nosotros y ya todos somos uno vibrando a su
ritmo. Ese caudal de energía humana acompasada por una algarabía de risas es como
el allegro de su peculiar, su cálida sinfonía que acaba de arrancar con los
primeros movimientos. Pero la poesía brota después, como de un adagio, cuando al compás de un tema de
Haendel inicia él la ronda de expresión corporal que todos imitamos
seguidamente; uno tras otro, interpretamos un fragmento, conmovidos por la música,
y Juli, junto a los demás, se convierte en discípulo de nuestra interpretación
o narración reproduciendo nuestros gestos, la dulzura de los movimientos, la
reverencia del cuerpo, las actitudes, el ensimismamiento, la queja o el llanto…
Luego, quizá a modo de scherzo, saca de su chistera un nuevo juego y propone que nos convirtamos en presentadores:
tenemos que salir al centro del escenario,
espacio que hemos configurado todo el grupo al estar dispuestos en círculo, e
improvisar la presentación de un espectáculo, el saludo inicial al público;
primero lo hace él, de una forma sencilla y ello te da seguridad. Aún así te
embarga cierto nerviosismo en ese compás de espera mientras te toca a ti
y vas viendo la brillante actuación de tus compañeros, cuál de ellos más
original. Pero la magia de la creatividad es tal y él ha logrado generar
vínculos tan cómplices entre todos que, finalmente, sientes que los focos se
iluminan y sales a escena sin haber tenido tiempo de pensar; tu actuación parece surgir de la nada y, sin
embargo, sale bien y el grupo te aplaude con cariño y entusiasmo.
Como
un nuevo allegro final, llega el
momento del canto y el bienestar va in crescendo en este concierto de mil
colores y notas vivaces que Juli va improvisando y en el que cada vez nos
sentimos más cómodos y más felices.
Todos somos capaces de expresar nuestros sentimientos con la voz, así nos lo hace sentir también
Juli a todos los que cantamos en sus
coros; no son necesarias ni las partituras ni los textos pues modula nuestra
expresión ilustrando su propio canto, el que vamos a imitar seguidamente las
distintas voces, con esa profunda sensibilidad y verdadera poesía que nos logra
hacer vivir: “la voz sube como en una cúpula y baja como una burbuja…” Incluso dirige
el timbre, el ritmo o la intensidad con apreciaciones
sencillas pero jugosas respecto del autor,
del contenido del texto o de su procedencia cultural que despiertan la
afectividad o las risas de los coralistas porque Juli tiene también cierta comicidad
contagiosa. No es sorprendente, pues, que los conciertos que él dirige sean verdaderos espectáculos teatrales que
incorporan no solo el canto, sino también la sonorización, la recitación, la expresión corporal, la disposición
escénica, el vestuario, etc.; ni sorprende tampoco que logre una activa
participación del público que se entrega y le devuelve el mismo afecto. El
módulo que imparte en el Postgrado de Teatro en la Educación es una buena
muestra de ello. Ahora, sentados de nuevo como un coro de niños en el suelo,
entonamos una canción popular con el acompañamiento de nuestras palmadas y
ciertos juegos con las manos y con el cuerpo. Pronto descubre dos tonalidades
diferentes dominantes y ha conseguido
implicarnos en el proceso creativo de tal manera que con solo repetir de forma
memorística un par de veces dos o tres estrofas de un villancico, somos capaces
de cantarlo a dos voces, graves y agudas. Y suena a gloria porque se expresa
con enorme placer y emotividad. Así, compruebo a mi alrededor la expresión de increíble
felicidad de algunos compañeros, mezcla de sorpresa y satisfacción, sintiéndose
verdaderos cantantes y actuando por primera vez en un coro.
Entre
actividad y actividad, y durante las mismas, él encuentra el momento para hacer algún
comentario divertido, contar alguna anécdota, interesarse por el estado de
ánimo del grupo; en los minutos de descanso se acerca a unos y otros, se
interesa personalmente por las cuestiones o preocupaciones que alguien le pueda
trasladar, propicia el intercambio de impresiones… Siempre con el abrazo, la
sonrisa y ofreciendo palabras de cariño a quienes ya forman parte de su mundo :
“¡Ai, la meua Esther!
Bien
es cierto que la música es el lenguaje más universal pues une culturas, razas,
generaciones, épocas: establece lazos en el espacio y en el tiempo. Como todas
las artes, nos hace pensarnos y sentirnos más humanos. Es también una búsqueda
de armonía y de belleza. El talante personal y el trabajo de Juli Hurtado son
un buen exponente de ello. “Juli, tu cálida sinfonía nos ayuda a vivir”. Nos
haces vibrar de emoción, potencias lo mejor de nosotros mismos. Con tu
capacidad de entrega, nos haces llegar tu deseo de hacernos felices. Nos gusta
compartir, aprender y crecer contigo. Gracias a ti el mundo es un poco mejor.
Retrato de Juli Hurtado por Amalia Granero
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada
Tus comentarios nos interesan: